viernes, septiembre 07, 2007

Carlos Peña y los socialistas

El Mercurio
Domingo 2 de septiembre de 2007
Corazón tan blanco
Carlos Peña

Las protestas de los socialistas contra el
neoliberalismo abusan de una vaguedad que
exaspera y simulan una ingenuidad que uno duda si
es ignorancia o engaño. Cierran los ojos frente a
una modernización que cambió la vida material de
los chilenos de una manera que, hace apenas veinte años, era
inimaginable.

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CARLOS PEÑA

Si algunos miembros del Partido Socialista
hubieran releído el 18 Brumario de Luis Bonaparte
-donde Marx examina el comienzo del segundo
imperio en el que Haussmann diseñó los bulevares
del París moderno que conocemos hoy-, seguramente
no habrían apoyado las protestas del miércoles pasado.

En ese librito, Marx recuerda que los hombres
hacen su historia; pero no la hacen, observa, a
su voluntad, bajo condiciones elegidas por ellos
mismos, sino bajo condiciones previamente
existentes y heredadas. Comprender esas
circunstancias que no dependen de nuestra
voluntad, aconseja Marx, es una de las primeras tareas del político de
veras.

Si hubieran atendido esos consejos, los
dirigentes del partido hubieran caído en la
cuenta de que el país ha cambiado y que hacer
política hoy -especialmente política de
izquierda- exige tener en cuenta esos cambios.

Por supuesto que hay motivos para quejarse del
mercado y de lo que con una vaguedad exasperante
algunos llaman "neoliberalismo". Pero nada de eso
debe hacernos olvidar cuánto ha contribuido el
mercado a cambiar las condiciones de la vida
material de millones de chilenos que hoy van a
los malls, tienen una expectativa de 15 o más
años de escolaridad, poseen vivienda propia,
comienzan a emanciparse de múltiples
servidumbres, cultivan la diversidad y ya no
comulgan con ruedas de carreta. ¿Alguien piensa
de verdad que sin el mercado esos cambios se
habrían producido con la velocidad y la amplitud
que los hemos vivido en Chile? ¿Habrá alguien que
de verdad crea que la modernización de estos
últimos veinte años nos hizo abandonar algo que
merezca, siquiera por un momento, la nostalgia?

Si atendemos a los hechos -que es lo que Marx
sugiere-, hoy día tenemos una sociedad más
inclusiva y un Estado más protector que el de
hace diecisiete años, y ¡para qué decir! que el
de hace treinta y tres. ¿Acaso no se trataba de
eso? Por supuesto, hay desigualdades que se
acercan a lo intolerable y habrá que corregirlas;
pero no olvidemos que, con todos los problemas de
justicia que padecemos, los peor situados de la
sociedad están hoy día mejor que nunca antes.

Por supuesto, no faltan los que provistos de una
visión aristocratizante de la política y de su
propio lugar en la historia ven todos estos
cambios como una traición a los viejos anhelos y
a los antiguos relatos. Para quienes la política
es un sucedáneo de los ideales religiosos, todo
esto no vale demasiado la pena. El cielo, claro,
siempre está muy lejos. Pero para las mayorías
-que son las que importan-, tener en su horizonte
de expectativas la educación superior para sus
hijos (hoy día tenemos una cobertura cercana al
40%); endeudarse para una vivienda propia (según
el último censo, es el caso del 75% de los
hogares); acceder al automóvil (un bien cada día
más masivo); ir al mall los fines de semana (y
experimentar el consumo); fisgonear a la
farándula y desconfiar de las élites (y descubrir
que las miserias sí que están bien distribuidas),
la vida hoy es muchísimo mejor que la de anteayer.

Estamos mejor que nunca antes. Y en curso de
mejorar más todavía si atendemos a la reforma
previsional en trámite. Cuando esa reforma se
apruebe, el país habrá dado un salto perdurable a
favor de la solidaridad. Al llegar a la vejez -un
fenómeno cada vez más reiterado-, cada chileno o
chilena contará con una pensión mensual aunque no
haya contribuido al sistema ¿Habrá algo menos
neoliberal que conferir beneficios sin exigir
contribución alguna? ¿Algo que esté más lejos de
eso que se llama "el modelo" que dar prestaciones
que no incentivan a nada, salvo a esperar la
vejez con un poco más de esperanza?

Y una vez cumplidas esas reformas habrá que
concluir las relativas a la educación. Ya
alcanzamos la cobertura completa en un ciclo
educativo de doce años, y están lejos los días en
que apenas 4 de cada 10 jóvenes lograban ir al
liceo (era lo que ocurría en 1973). Hoy son 4 de
10 los que acceden a la educación superior, y de
ellos, ¡el setenta por ciento son los primeros en
su historia familiar en hacerlo! No es poco. Para
las élites acostumbradas a acceder a la educación
superior, no es nada. Para las mayorías
tradicionalmente excluidas, es un salto notable.

En todos esos cambios, el Partido Socialista ha
jugado un papel de importancia, y no tiene ningún
sentido que ahora se ponga en la vereda de
enfrente, abuse de las vaguedades ideológicas,
presuma de ingenuidad, esgrima una pura ética de
la convicción, atice el fuego de las protestas y
renuncie a racionalizar nuestra vida pública.

No tiene derecho a eso.

Porque incluso si aceptáramos por un momento que
fue un sacrilegio o un crimen promover el
mercado, igual la actitud del Partido Socialista
no tendría ninguna justificación. Porque si
hubiera sido un crimen, habría que repetirle las
palabras de Lady Macbeth: "Mis manos están
ensangrentadas como las tuyas; pero me avergüenza un corazón tan
blanco".

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